viernes, 26 de marzo de 2010

Los palabreros o pütchipü'ü


La literatura publicada asevera que el pueblo wayuu (habita territorios en Colombia y Venezuela) tiene su propio derecho consuetudinario reconocido históricamente (Ley Guajira) como parte del derecho colectivo a la cultura. El complejo sistema, instaurado para garantizar soluciones pacíficas a conflictos jurídicos dentro de comunidades indígenas, tiene en los palabreros o pütchipü'ü a sus dignos representantes. Estos verdaderos jueces de equidad, han orientado sus capacidades apuntando hacia una justicia restaurativa, logrando la conciliación mediante el uso de la retórica, contribuyendo a la paz social y al restablecimiento del orden.
Que interesante sería, para un bibliotecario, generar documentos donde pueda representarse el mecanismo de trabajo de estas personas (mismo sería idóneo pensar a un bibliotecario como palabrero, no en el sentido de mediación ante un conflicto, sino trasladando el significado de esa mediación a la satisfacción de una necesidad por parte del usuario).

Así como los "mambeadores" o los chamanes, la función de un pütchipü'ü carece de sentido si no posee el conocimiento. Como sucede con los consejos de ancianos de numerosas etnias, se trata de personas con ascendencia moral entre sus congéneres, representan por sí mismos el resguardo del patrimonio cultural, en este caso desde el terreno del sistema jurídico, demostrando en numerosas ocasiones una callada eficacia en los conflictos internos suscitados entre los wayuu.
En el encuentro sobre Interculturalidad y Biblioteca Pública (Colombia) Ignacio Epinayú, Asesor de la asociación de las autoridades tradicionales de la Guajira, quien ha realizado una interesante propuesta metodológica sobre desarrollo de archivos orales, compartió una feliz experiencia sobre modos de transmitir conocimiento. Comentaba que algunos ancianos wayuu, antes de emitir una respuesta, realizaban escrituras simbólicas con un bastón o palo sobre la tierra, luego de un tiempo brindaban la respuesta que el oyente estaba esperando ¿Qué estaba haciendo ese anciano? Estaba hilando un discurso en su mente, ayudándose con el trazado de una imagen, para establecer un hilo conductor que lo ayude a hilvanar la explicación requerida. Su respuesta ya estaba en la tierra. Solo le quedaba verbalizarla ¿algún bibliotecario habrá fotografiado alguna vez aquella simbólica respuesta? (pensemos en la multiplicidad de aportaciones que podría generar un documento de este tipo).

Este hecho nos recuerda una anécdota de un antropólogo argentino con un matrimonio colla, ante una pregunta que no viene al caso, la pareja de ancianos se quedó callada un largo tiempo, cuando el antropólogo pensó que no habían comprendido la pregunta, y a punto de buscar otro modo de formularla, la pareja empezó a hablar contando en detalle lo que habían estado indagando en su memoria, con un conocimiento absoluto de lo que estaban respondiendo. Si el antropólogo hubiera sido impaciente habría deteriorado el posible diálogo.

Esto es más que claro si el que pregunta levanta la vista y observa los cerros, el horizonte, las piedras del camino, el silencio, los cientos de kilómetros que estas personas recorren junto con sus cabras y ovejas para llegar a sus hogares. Se trata de ubicarse en un contexto particular. Numerosas canciones de Atahualpa Yupanqui dan fe de esta apreciación. Es natural que la respuesta se efectúe según el tiempo que cada persona vivencia. En este caso, era la urgencia del antropólogo (viviendo con el vértigo propio de los centros urbanos) lo que estuvo a punto de quedar fuera del contexto que se estaba compartiendo. Era necesario ir a la par, comprender, escuchar, compartir un momento.

Esto viene a cuento sobre el modo de mediación que debería considerar un bibliotecario, si pretende brindar un servicio adecuado según las características socioculturales del colectivo que pretende representar. Ignacio Epinayú ha trabajado diferentes aspectos que hacen al análisis documental en contextos multiétnicos (trascripción de entrevistas, almacenamiento técnico de la información, realización de índices, catálogos y tesauros entre otros), y ha comentado que en algunas entrevistas los ancianos se acompañan de mujeres para corregir lo que se está diciendo, juntos hacen una construcción del saber comunitario, y que de hecho la cocina es el lugar de oralidad por excelencia de las mujeres wayuu, quienes utilizan el espacio para rememorar costumbres y tradiciones de la cultura, recreando a través de la memoria y el lenguaje. Por ende resultaría el primer lugar que un bibliotecario debiera consultar si quiere obtener testimonios pertinentes de las costumbres ancestrales wayuu.
Sin dejar de lado el aspecto técnico, estos conocimientos brindan elementos para entender el valor social del trabajo bibliotecario, aquel que podrá interpretar los datos que, como semillas, los palabreros arrojan al viento. Aquel que podrá registrar ese patrimonio antes de que el mismo viento lo borre. Después de eso queda la memoria y un lento trabajo de recuperación.

Nota: La imagen de esta entrada (un palabrero llamado Nelson Uriana) pertenece a un trabajo de Paola Benjumea Brito

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jueves, 18 de marzo de 2010

Oralidad y memoria

El espíritu amerindio aún perdura, en la palabra, en el gesto y en el obraje de los Sabedores indios, y en las realizaciones de aquellos que por haber grabado sus obras en la piedra perdura más allá del silencio”.
Fernando Urbina

Entre los apuntes tomados en el Congreso de Bogotá sobre Interculturalidad y Biblioteca Pública, quedó pendiente una exposición -soberbia y esencial- sobre memoria y oralidad por parte de Fernando Urbina, investigador, docente, filósofo y fotógrafo, perteneciente a la Universidad Nacional de Colombia, quien ha realizado innumerables trabajos de campo y artículos sobre temáticas referentes a culturas originarias de América Latina.
Partiendo de la recomendación de un libro de Gabriel García Marquez (La peste del olvido), el autor nos recordó que antiguamente, para los griegos arcaicos, la verdad era lo opuesto al olvido, verdad significaba “no olvidar”. Etimológicamente verdad deriva del término griego aleteia “sin olvido”. Con el tiempo muchas verdades pasaron a considerarse mitos, es decir mentiras. Es hoy que por mitómano se entiende aquel que es aficionado a decir mentiras.

Para el autor lo fundamental varía de acuerdo a cada cultura. A su entender resulta esencial abrirnos a las verdades de los otros proponiendo las nuestras sin apagar las otras. Nos habla de una apertura a las verdades de los otros, una coexistencia de las ideas.
Fernando Urbina reflexionó sobre muchas cosas en aquel evento, propuso la hora del mito, consistiendo en encuentros nocturnos de docentes con abuelos indígenas en medio de la selva amazónica, con la idea de multiplicar los “mambeaderos” donde se puedan contar historias, y resaltó un dato singular: la valoración de la gestualidad como acompañamiento de la oralidad, ya que antiguamente la gestualidad fue considerado el lenguaje primordial que antecedió a la palabra.


Luego hizo referencias al entorno amazónico, su biodiversidad biológica y cultural, la mitología que se ha podido recuperar de la selva (se dice por ejemplo que las mariposas antiguamente se posaban en la cabeza del caimán para contarle historias, y que los hombres, para diferenciarse de los monos, se arrancaron los ombligos para dejar de ser micos, entonces descubrieron que les faltaba el nombre y la lengua, y una vez que lo tuvieron, descubrieron que no tenían historias para contar, y allí radica el sentido de la existencia del hombre, que tenga historias para contarles a los demás, porque toda historia encierra detrás un conocimiento, un aprendizaje).
En otros pasajes del encuentro el autor mencionó, con sabiduría, las propiedades medicinales de la yuca y de la coca, los juncos ontogénicos utilizados por chamanes, las herramientas con que contaban los cazadores y pescadores para sobrevivir en la selva, la flora y fauna con su mitología, sus leyendas y sus cuentos, el arte rupestre (citando grafismos antiguos con referencias a imágenes de hombres sentados -muy recurrente en la iconografía universal- posición o postura que adoptan los hombres para hablar y aprender), al respecto hay muchos trabajos con referencias a mitos, ritos y petroglifos, Don José, un abuelo “mambeador” dio cuenta de 104 variaciones de este tipo de representaciones.

Todos estos conocimientos les fueron dados compartir a Fernando Urbina por los paisanos huitotos y muimanes entre otros, que frecuentó por años y que le llevó a comprender que “el paisaje es un libro que se lee, si se deteriora no se puede leer”.
He aquí una inquietud que tiene relación con la idea de representatividad de las bibliotecas en contextos multiétnicos. Nos dice el autor que las malocas, casas comunales del amazonas, son tenidas como duplicados del universo, duplicados hechos a escala del hombre, pero que comprenden (resumen, sintetizan) la totalidad.
Es el lugar ritual por excelencia, la síntesis Universo-Memoria, donde el abuelo se encuentra sentado en el mambeadero (útero de la madre-maloca), engendrando la palabra, (el saber) a la comunidad humana. Suelen ser frecuentados en rituales (eventos cósmicos totalizadores) como en tareas colectivas de interés comunitario.
Su construcción no puede ser arbitraria, debe respetar la ubicación de las estrellas y realizarse según el criterio arquitectónico indígena, de lo contrario, una maloca puede “deteriorar el paisaje”.

Tuve necesidad de comentar lo siguiente:
En esos espacios, donde no existen bibliotecas y probablemente no exista necesidad de ellas, que un bibliotecario, luego de comprobar en base a sus investigaciones que la cultura oral corre riesgo de perderse y que, siempre atendiendo a su criterio académico y desde una posición respetuosa hacia otra cultura, considera necesario la instalación de una biblioteca en medio de la selva para salvaguardar dicho conocimiento, esa acción, aún contando con buenas intenciones y favoreciendo la recuperación de un patrimonio ¿no deteriora en cierto modo el paisaje?.
¿Debemos pensar bibliotecas como malocas?

Hay una enorme disyuntiva: el corpus de nuestra profesión puede contribuir a preservar información que hace al patrimonio cultural, pero su espacio puede significar una intromisión, un elemento ajeno a la cultura, una imposición desde otra vereda. Es necesario tomar herramientas propias de la descripción densa para entender de qué estamos hablando.
Seguramente la construcción, si resulta aceptada, debería seguir los criterios y fundamentos de una maloca, pero no podría tener un vínculo genuino con la gente, ya que históricamente nunca lo necesitaron.

Si volvemos a Derqui pienso que la instalación de la biblioteca tuvo sentido para qom urbanos, arrancados de sus tierras y costumbres y necesitados de una herramienta que signifique un instrumento de socialización para la cultura. Nunca hubiera tenido sentido, realmente ningún sentido, para los antiguos paisanos. Se busca representatividad y la pregunta es si esta resulta genuina, si el espacio es necesario, si el servicio es pertinente.
La lectura de estos pensamientos de Fernando Urbina reavivaron todas estas conjeturas.
Honestamente andamos buscando las respuestas.

Nota: Las imágenes de esta entrada (Maloka Hembra del cacique Antonio Dimas, comunidad San Francisco – Corregimiento la Chorrera, río Igara-paraná y El mambeadero: espacio de socialización, donde se adquiere e imparte el conocimiento tradicional), pertenecen a un trabajo titulado “La cultura de tabaco y coca: Análisis crítico sobre su reconstrucción socio-cultural, después de la explotación Cauchera”, del autor Norberto Farekatde Maribba. Bogotá D.C. Mayo de 2004.

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jueves, 11 de marzo de 2010

Representatividad y construcción de significado

La tradición africana, especialmente en países como Ghana o Costa de Marfil simboliza, a través de una imagen, la unificación de la diversidad de sus diferentes pueblos. Se trata de un pájaro que mira hacia atrás portando un huevo en el pico. No es otra cosa que la representación del pasado y del futuro y que recibe el nombre de sankofa.

Muchos de los símbolos, con características propias de pictogramas e ideogramas, son conocidos bajo la denominación de Adinkra, remiten a la representación de conceptos o aforismos, y se utilizan particularmente entre los grupos Akan de Ghana (África Occidental) como ornamento en ropas, tejidos, telares, paredes, cerámica o logotipos entre otros. Cada uno de esos símbolos lleva asociado varios significados (trazando una distancia geográfico-temporal podríamos encontrar un paralelo en las molas de los Kuna o los Quipus incaicos). Se trata de soportes que comunican información y condensan significación.


En sus trabajos, Jaime Arocha Rodríguez, Profesor asociado del Departamento de Antropología e Investigador del Centro de Estudios Sociales de la Facultad de Ciencias Humanas (Universidad Nacional de Colombia), ha investigado estos temas, incluyendo modos de comunicación entre los pueblos africanos, tratando entre otros aspectos las prácticas sociales de grupos migratorios en tierras colombianas.
En el Encuentro sobre Interculturalidad y Biblioteca Pública, el autor ha hecho una mención sobre los griots africanos, recreadores de la tradición oral africana, por lo general nómades que van de pueblo en pueblo acompañados de algún músico, cantando gestas de su comunidad (se los considera bibliotecas vivientes).

Según Amadou Hampaté Ba [Los archivos orales de la historia. En: El Correo de la UNESCO, Mayo-Junio 1986. p. 52-53] los griot de Mali consideraban a la palabra, Kuma, como una fuerza fundamental que emana del mismo ser supremo, Maa Ngala, creador de todas las cosas. La sustancia misma de la historia africana descansa en las llamadas “escuelas de iniciación” u “órdenes”, herederas de aquel legado ancestral, y continuadores del patrimonio cultural de sus pueblos (podemos encontrar una relación con algunos consejos de ancianos de pueblos originarios de América Latina). En ellos han sobrevivido las historias de sus ancestros, la riqueza de sus lenguas y dialectos, y la conciencia de su identidad.

Jaime Arocha reflexionó brillantemente sobre la ignorancia educativa, por parte de la sociedad, del componente africano que ha migrado a Colombia, en muchos casos escapando de la esclavitud y conservando sus tradiciones y creencias, configurando un mosaico multicultural con múltiples connotaciones (islamismo, sincretismo, cosmovisiones originarias, expresiones musicales y artísticas, costumbres y plurilinguismo entre otros).

El autor propone la recomendación de novelas para nutrir el acervo de eventuales bibliotecas interculturales que permitan abrir un espacio de reflexión e interpretación histórica a partir de ciertas lecturas y/o temáticas, entre ellas:

- Los períodos de la trata desde el 1600 en adelante, que lleva a analizar el conflicto étnico que acompañó a los musulmanes que llegaron a estas tierras, provocando rebeliones en los cautivos de Bahía (retorno a Africa en calidad de tratantes)
- “Sego” de Guadalupe Maris Conti (que trata la adopción al Islam de la gente mambará).
- Una novela que trata sobre el inicio de la colonización en el Congo por parte de los belgas, centrándose en el héroe Mandala Mankukú.
- Un relato de un griot explicando como se hace una narración en África (Ahmadou Kourouma)

En todos estos casos se plantea la apertura de un diálogo intercultural desde lo ocurrido en África mediante diferentes formas de narración. Elementos que probablemente hagan a la implementación de bibliotecas interculturales. En este sentido su trabajo nos permite reflexionar sobre la representatividad de las colecciones y la construcción de significado. La biblioteca puede resultar un espacio idóneo donde decodificar, desde el letramiento, las prácticas sociales que circulan en la oralidad. Se trata de articular ideas que nos permitan una representación del saber comunitario, un modo de facilitar la comprensión a todo tipo de usuarios. Por ende el bibliotecario deberá interpelar estas escrituras dentro de la comunidad, generar pensamiento crítico, literatura propia, consideración de los diferentes tipos de soportes, etc.
En Derqui hemos recibido libros sobre culturas originarias. Quedará como tarea pendiente acordar un encuentro con algunos referentes del Centro Daviaxaiqui para reflexionar en torno a estas lecturas.

Bibliografía complementaria:
Buenos Aires negra. Identidad y cultura / Leticia Maronese (comp.)
El negro en Colombia: en busca de la visibilidad perdida / Diego Luis Obregon - Libardo Córdoba (comp.)

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